martes, 15 de noviembre de 2016

EL ROSTRO Y LA CARA

Andaba meditabundo, el “Rostro de la Misericordia” corría el riesgo de convertirse en meta volante de un ciclo de progresivo desapego a lo cofrade por parte del que suscribe, no sería el primero. Por más que repasaba las obras de misericordia me costaba trabajito encuadrar alguna en el despadre de un besapié colectivo. Bastante tenía yo con asumir que había desaprovechado mi misericordia de todo un año para no pagar mi frustración con las cofradías a las que dedico este mi blog. Esperaba que las hermandades lavaran un poco mi caradura haciendo algún gran acto exhibicionista de misericordia, de misericordia de la buena, de la de sacar pecho. Cargarle el mochuelo una vez más al rostro de Dios me parecía una manera ostentosa de cubrir el expediente besando por la tangente, induciendo incluso a la confusión al presentar a la veneración todos los cristos simultáneamente como si no fuera en realidad Uno, o como mucho Trino, el Rey del Cielo (problema agravado por el hecho de que en Málaga muchas cofradías comparten un mismo templo). Me recreaba en el purgatorio de los puestos de lotería, en los flagelos de los flashes, en las inevitables comparaciones entre montajes... Todo esto, y más que no digo, me confirmaba la idea de que encuentran más respeto reverencial las imágenes en los museos que en unas iglesias convertidas en teatro de variedades por encargo (ahí está el imponente apostolado del Cristo de Ruiz Montes para demostrarlo). Para colmo, el regalo venía bien anudado con el lazo de la repercusión turística del magno simulacro, como si ésta fuera un fin en si mismo y no una agradable consecuencia.

            Estas cosas la rumiaba puente adentro, sin abrir el pico, para no quebrar con mi cinismo las ilusiones ajenas. Espero retirarme antes de convertirme en aguafiestas que echa por tierra las buenas o regulares intenciones. La mía era aceptar deportivamente que me había hecho viejo en un mundo de jóvenes que ven las cosas de otro modo, pues la alternativa de que el joven fuera yo y lo cofrade un fenómeno caduco aunque me gustaba no cuadraba con la fecha de mi DNI. Lo cofrade sabe mutar al compás de los tiempos para sobrevivir, es inevitable que vaya dejando muertos resucitables por el camino.

            Con la cuestión clara para evitarme decepciones inicié ruta en familia el viernes por la tarde, sin contar con una eventualidad, la de mi reacción al encontrarme frente a los toriles de la divinidad, y sí, pasó lo que tenía que pasar, me volvieron a camelar, sucumbí como un pelele, caí en la trampa, amor al primer beso, precisamente sobre la mano del Señor sin nombre que vive recostado en el Molinillo, detrás la Virgen de la Piedad contenía su sonrisa, me di cuenta. En fin, que todo continuó conforme a lo previsto: 

            Recalculando ruta. Recordando. Actualizando emociones gastadas. Siga recto o gire donde quiera. Déjese llevar por esa corriente que lo arrastra por el río seco hasta el mar, no ponga barreras viejunas. Comparta sus creencias y el amor por su ciudad con su familia, que la tiene y es la mejor del mundo. Observe ese niño que no se atreve a besar a un cristo muerto porque es Cristo y está muerto. Siéntase orgulloso de su cofradía contemplando al Hijo de su Madre como nunca lo ha había contemplado. Apriete fuerte el nudo marinero en el estómago de estar frente al Cautivo. Haga la vista gorda a las iglesias sobrepobladas de habitantes de redes sociales con los que comparte más de lo que piensa. Déjese llevar por la fuerza incomprensible de algo que hace presente la divinidad en este mundo. Comulgue con un beso de lo que se come y se bebe, da igual que nunca haya sido muy sacramental del besuqueo, precisamente ese beso lleno de microbios de los que le protegerá el Cristo de la Salud le hará sentir que es partícipe y no curioso. Compense los excesos de albacería con los que se quedaron cortos, los aciertos con los errores hasta obtener un resultado positivo. Si se lo piden y no hace daño a nadie ayude a enhebrar camellos por el ojo de una aguja. Brinde en cuanto su vaso esté medio lleno. Siéntase moderadamente joven. Celebre que una imagen y lo que representa flotará en su tempestad más que mil palabras. 

martes, 8 de noviembre de 2016

AL DIOS DE MIS AMIGOS


Este domingo tuve la ocasión de compartir luz de mañana y calles de Sevilla con el Dios de mis amigos. Ahora describo mis sensaciones, todas frías y objetivas porque a priori no es mi Dios sino el suyo, al ser yo malagueño y ellos sevillanos.

            Sin duda es el Dios de Sevilla, me percaté en cuanto lo vi girar sobre su eje delante del ayuntamiento para susurrar “cuidadito” a la cara de los miembros de la corporación municipal. “Cuidadito” no era ninguna amenaza, era solo un ruego en diminutivo, ese Dios Hombre era capaz de todo menos de hacer daño a alguien, solo velaba por el cuidado de los suyos. Si algún político faltó a la cita protocolaria marcada a las y cuarto de aquel reloj de manecillas de madera tuvo que ser por miedo a sí mismo, desde luego no de aquel Dios que contagiaba mansedumbre.

            Al principio fue el Verbo, ahora es el ruido, pues bien, el Dios de mis amigos es como un cuchillo que atraviesa el bullicio de silencio reverencial, silencio al que yo me sumé. Evidentemente existía una predisposición por mi parte a dejarme llevar, a sentir sin rechistar, pero esto no minimizó su poder, al contrario, el eco de su fama es como un estandarte que lo antecede en el cortejo dibujando con miles de ondas una silueta tan real como El mismo.

            Se le ve tan fuerte y poderoso que no comprendo bien a qué vienen esos traspiés cargando una cruz de madera que movería con una pestaña, tampoco la necesidad de ese pedestal de rosas rojas que sujeta el stipes, tal vez sea una toma de tierra de un rayo divino porque al mirarle a la cara me di cuenta que lleva a cuestas otra cruz que no veo, una de dolor infinito que debió levantarse con un llamador inescrutable.

            En todo lo relativo a la túnica, a la música y demás cuestiones accesorias con las que me entretengo en las procesiones, he decir que me pasaron desapercibidas. Confieso que ya de espaldas me empezaba a fijar algo en el paso del Dios de los sevillanos, uno de los mejores que jamás hayan existido, por historia y calidad debería dejar ya de imitarse para empezar a ser un paso inimitable. Comprobé también que el oro viejo reluce de forma distinta a como brilla el oro que se costea de un día para otro y que los angelitos, si existen, deben ser como los que rodean al Señor porque al contemplarlo todos fuimos un poco como deberíamos ser. 

            La expresión “los amigos de mis amigos son mis amigos” debe tener algún reverso luminoso y trascendente porque creo en un único Dios, un Dios que comparto con mis amigos y hasta con mis enemigos a regañadientes.