sábado, 29 de septiembre de 2018

ESTÁ CLAVADA UNA CRUZ EN EL VALLE DEL OLVIDO


            Con la letra alfa del alfabeto griego se grita por aquí el dolor jondo, se dibuja el ojo de una jábega y hasta un pez, ese pez con el que los primeros cristianos representaban a Dios, un símbolo de infinito apenas nos esmeremos un poco en redondear su cola de pescado blanco purísimo.

            Las líneas rectas perpendiculares sobre la casilla de un examen tipo test que decide un futuro prometedor pueden marcar con odio la foto de un ejecutado, conformar las aspas de un molino de viento que algún caballero andante convirtió en gigante, plantear la incógnita de una ecuación por resolver, componer el ordinal romano del número diez o clasificar una película como pornográfica. Son como travesaños de un puente de hierro sobre un río seco, como el avatar de un bloguero o como la mismísima cruz de Cristo. Con las mismas dos líneas rectas que se cruzan unos torturan y otros glorifican. Una misma palabra para leer muerte o vida eterna, a voluntad, la cruz teñida de rojo que marca un hospital de campaña fue una espada medieval manchada con la sangre del contrincante.

            Porque desgraciadamente en esta Torre de Babel no compartimos el mismo idioma, ni empleamos los signos por igual. Como las letras, los símbolos no son nada o pueden serlo todo según se quiera, según se elija o se retuerza su significado. Es el hombre, la sociedad que construye, quien otorga sentido a cada signo en cada tiempo, como puso nombre a los animales que dio muerte hasta su extinción.

            La cruz del Valle de los Caídos, sin moverse ni un ápice, puede dejar de glorificar al dictador golpista que la encargó y ensalzar a todos los inocentes que la arrastraron por la calle de la Amargura de la sierra madrileña, basta querer aprender el idioma, contemplar esa cruz de piedra sin ojos inyectados en sangre seca y no leer su mensaje por la cartilla de quienes la erigieron.

            Mi Cristo no cargó sobre sus hombros un símbolo falangista, aunque fuera algo parecido el madero humillante de un pueblo invasor. Mi Cristo no fue clavado a un monumento franquista aunque lo elevaran para propaganda y aleccionamiento en la cima del Gólgota, el monte de las calaveras de las víctimas de un imperio por conquista, quien así lo lea no me sirve de intérprete ni habla el lenguaje que quiero aprender. Ya estoy aburrido del balbuceo primario del rencor, ya estoy harto de lenguajes impuestos por las emociones de bandos sordomudos. Hay un idioma que apenas hablamos pero que solo aprenderlo daría sentido a la vida. No podemos hablar si rompemos las palabras.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

WARHOL


Fiel a mi estilo, como siempre a última hora, acudí al Museo Picasso a ver la recién concluida exposición temporal de Andy Warhol, El Arte Mecánico. Recorriendo las salas del Palacio de Buenavista no pude dejar de ejercer de alguien tan cofrade que no lo parece. A cada obra surgía un guiño, una señal de alerta que me avisaba de lo pop art que puede llegar a ser, y que de hecho lo es, el aparato cofrade.

            El artista americano descubrió al mundo el valor artístico de lo seriado, de lo publicitario, de lo industrial, de lo comercial, de lo cotidiano, otorgando rango artístico a simples objetos de consumo al alcance de todos, enfrentándonos así a la realidad de nuestro tiempo y sublimando nuestra condición de consumidores.

            Tal vez lo cofrade haya recorrido un camino similar pero sin un Warhol que lo reivindique (la mayoría de acercamientos plásticos son siempre desde el kitsch o el mal gusto). Todos los objetos empleados en el simulacro cofrade, o implicados en su difusión, tienen colgado el sambenito de ser obras de artes aplicadas, o la aún mas humillante denominación de obras de arte menor, sencillamente por servir a una función: la religiosa, cultual, decorativa o suntuaria.

            Pero lo más llamativo de esto que comento es la analogía que observé entre muchos de los hitos plásticos warholianos y los concretos episodios de nuestras artes cofrades, desconozco si debido al peso en Warhol de unas creencias familiares, algo bastante probable, o a una fina perspicacia que le hizo detenerse en todo aquello que es popular en cualquier sociedad, incluida la nuestra, queridos cofrades.

            Tal vez me sirvan para explicarme mejor algunos ejemplos. Me centraré en mi hermandad, que para eso es la más pop en mi corazón, y así evitar suspicacias en aquellos de otras cofradías que puedan sentirse ofendidos por gustar más de restar que de sumar mensaje y fuerza simbólica a las imágenes, allá ellos.



            Me llamó la atención el empleo selectivo del oro y la plata en ciertas obras, llamémoslas icónicas, como Marilyn, en un tondo dorado, o Elvis impreso en plata. Detrás de esos tonos podían verse monedas o billetes pero también algo ajeno al lujo o a la ostentación que simplemente se compra con dinero, se intuía un sentido casi devocional.



            A algunos les cuesta asimilar que una simple lata de sopa pueda llegar a estar expuesta en un museo, y más que pueda ser emblema de todo un movimiento cultural, pero tal vez no tanto que este incensario haya acabado siendo protagonista de un cartel oficial de Semana Santa, el del año 1996, precisamente por su carácter representativo de toda la Iglesia de Málaga, ahí es nada para un trozo de latón.



            Jackie Kennedy enlutada en el entierro de su marido tras su magnicidio. Una señora que sufre reconvertida en icono pop, en imagen de calendario, algo racional y estéticamente incomprensible… ¿o tal vez no tanto? La propia Jackie cuenta con reproducciones de otros periodos menos dolorosos, digamos más de gloria, pero no tantos ni tan exitosos como Marilyn, ataviada con infinitos colores para cada tiempo alitúrgico.



             Otra serie, una simples flores repetidas hasta la saciedad en una infinita gama de tonalidades ¿Quién podría prestar importancia a algo así? Nosotros.


            Los cuchillos, utensilios de cocina, en las antípodas de todos los pop stars que Warhol retrató por gusto o por dinero. Ahí están, clavados con las mismas chinchetas y a los mismos muros. Algo me dice que el arte pop y el cofrade se sirven de jeroglíficos parecidos para comunicar.



            La enigmática serie de Mao, innumerables monalisos orientales que sonríen como un actor de cine ocultando la chepa de sus crímenes políticos a la espalda. Esta tergiversación de personalidades malas y buenas no me es desconocida, impresentables personajes secundarios que deberían inspirar terror acaban remodelados por la cercanía en imágenes de camiseta. El Pilatos de San Benito, robando plano y hasta el nombre al mismo Dios enjuiciado, es todo un ejemplo.



            La silla eléctrica, una máquina de matar manipulada e impresa en serie por Warhol hasta idealizarse como si fuera un juguete o un inocente mueble de IKEA no está muy lejos de nuestra reconversión plástica de la cruz, cuya belleza queda muy lejos de aquella sangrienta silla con la que los romanos torturaron y ejecutaron nuestra redención. Los  símbolos de dólar warholiano a todo color son trasunto de los S.P.Q.R. bordados en oro que ahora exhibimos orgullos.

jueves, 6 de septiembre de 2018

TRIDUO AL SAGRADO CORAZÓN DE UN PUEBLO DE LA AXARQUÍA (o pies de foto a tres fotografías no hechas)


Mediodía de tres días consecutivos. Fachada de ermita blanca en la plaza del pueblo, fin de trayecto de caminata para legitimar después las cervezas y más cosas que engordan.

DÍA UNO.
Puerta entreabierta, un Sagrado Corazón de escayola asoma desde el interior del templo a un metro escaso, en el suelo, sobre unas andas sin patas, mirando a la calle, mirándome a mí, con sus brazos abiertos como de portero de discoteca vacía con ganas de abrazar. Sorpresa absoluta. Ajustada la retina a la oscuridad de la nave observo una velilla encendida y después a su izquierda un sagrario antes oculto. ¿Será posible que este Bicho más Feo que un demonio de tamaño académico pintado a pistola, con el corazón por fuera, sirva de algo, que me abra una puerta, que me muestre otra por abrir?

DÍA DOS.
Ermita abierta de par en par, cuatro septuagenarios de ambos sexos barren y friegan la iglesia. Mi Sagrado Corazón de escayola de colores chillones acaba de ser subido a su hornacina, a su izquierda, de pie sobre un banco, un abuelete hace burla imitando la pose de portero con brazos abiertos de aquel Corazón a Jesús pegado, justo como si el mal ladrón tuviera ganas de guasa, libertad de movimientos en el Calvario y bastante barriga. En frente, una beata vieja entre risas inmortaliza la escena con su móvil. Tal vez cualquier generación pasada no fue mejor. Tal vez sea la luna llena del teléfono la que nos transforme a todos en lobos hambrientos de protagonismo para el hombre.

DÍA TRES.
Ermita cerrada a deslumbrante cal y canto. A falta de rayos X para ver cómo está a mi Santo de escayola me concentro en la esfera del reloj de la miniespadaña. Ante ella suelto lastre de alguna oración pesada. Me fijo en un dato inquietante: además de las inevitables horas y agujas que las marcan aparece el nombre del pueblo y un mes, que es lo mismo que nada, el nombre del pueblo por ser obvio, no es una iglesia ambulante, y el dato del mes por no venir acompañado del día y el año. Un mes sin fecha… como un aviso de lo que inevitablemente está por llegar, casillas en blanco de una lápida por completar. 

FUNCIÓN PRINCIPAL
Siempre se me olvida la función principal, otro domingo veraniego de preceptos incumplidos. En mi fin de trayecto deportivo se celebra misa mayor. Del Sagrado Corazón ya ni me acuerdo, por feo. Juro que lo primero que escucho desde el silencio de la calle es la invitación del cura a rezar la Superoración, y yo, sudando como un pollo, rezo el Padrenuestro ¡vaya si lo rezo! acepto su puntual absolución de escayola, su eterna invitación con consumición allá donde dos o más se reúnan en Su nombre.