martes, 5 de junio de 2018

EGOÍSMO


            Egoísmo. Si cualquier propuesta de la procesión magna estuvo mal planteada o pudo estar mal resuelta me dio absolutamente igual porque se adecuó, o la adecué egoístamente, a mis propios intereses. Mi cabeza, mi corazón y mis pies me condujeron hasta una Victoria totémica bajo templete rojo sujeto por patas invisibles, rematando lo que un día fuera dosel de una sola cara a la galería.

            Egoísmo de querer a la Mía como la quise, de que cada cual quisiera a la Suya como la quiso, porque es la Misma y sin la Misma no habría ninguna. Egoísmo de no importarme lo que otros vieran o quisieran ver, lo que buscaran o encontraran si no anduvieron mis pasos por aquel camino de baldosas resbaladizas.

            Egoísmo de hacerme con todos los huecos que quedaron libres en calle Císter para que no se desperdiciara ni un inédito rayo de sol sobre Su cara, ni una mancha de colorete en Su blancura sin filtro, ni una chispa desprendida por Su corazón de oro, ni un tono de la aristocrática extravagancia de Sus flores, miniplanetas Tierra vistos desde el espacio, con su puntito de atardecer cortesía de las jacarandas de Cortina del Muelle.

            Egoísmo de servirme de mis hermanos que trabajaron tan duro para que todo saliera tan bien sin que ningún estatuto les obligara a ello, de servirme de todos los que se esforzaron para mi exclusivo disfrute escondidos tras aquellas puertas mágicas de la catedral que parecieron abrirse y cerrarse solas, telón de principio y fin.

            Egoísmo por disfrutar de lo mío, egoísmo por disfrutar de lo vuestro, egoísmo por disfrutar de la compañía de todo aquel que quiso voluntariamente venir a ser feliz conmigo. Egoísmo por la fortuna de no tener que compartir ni una sola pizca de mi alegría con los que prefirieron ver la Champions.

            Egoísmo magno de pensar libremente, de interpretar como quise, de ver lo que quise ver en cada momento, de convertirme e incluso de convertir el momento cumbre en un ejercicio de humildad, siendo testigo de cómo la Esperanza se fundía en el negro de su casa hermandad, replegándose reverencialmente para no robar protagonismo a los Dolores de vuelta, cediendo el testigo de su corona en aquella carrera de relevos en la que solo podía haber una Reina.

            Egoísmo de no sentir que estuviera solo porque otros sentían lo mismo que yo o podrían sentirlo si quisieran, que por ello formaba parte de una comunidad abierta al egoísmo del mundo. Egoísmo colectivo, diocesano y universal. Egoísmo de no ceder, ni prestar, ni regalar mi pedacito de manto victoriano remendado de sol, luna y estrellas, que cada cual tuvo el suyo pues ese mismo manto nos cubrió a todos.


Cristiano Ronaldo concentrado en lo importante. Foto P. Galiano.