miércoles, 19 de septiembre de 2018

WARHOL


Fiel a mi estilo, como siempre a última hora, acudí al Museo Picasso a ver la recién concluida exposición temporal de Andy Warhol, El Arte Mecánico. Recorriendo las salas del Palacio de Buenavista no pude dejar de ejercer de alguien tan cofrade que no lo parece. A cada obra surgía un guiño, una señal de alerta que me avisaba de lo pop art que puede llegar a ser, y que de hecho lo es, el aparato cofrade.

            El artista americano descubrió al mundo el valor artístico de lo seriado, de lo publicitario, de lo industrial, de lo comercial, de lo cotidiano, otorgando rango artístico a simples objetos de consumo al alcance de todos, enfrentándonos así a la realidad de nuestro tiempo y sublimando nuestra condición de consumidores.

            Tal vez lo cofrade haya recorrido un camino similar pero sin un Warhol que lo reivindique (la mayoría de acercamientos plásticos son siempre desde el kitsch o el mal gusto). Todos los objetos empleados en el simulacro cofrade, o implicados en su difusión, tienen colgado el sambenito de ser obras de artes aplicadas, o la aún mas humillante denominación de obras de arte menor, sencillamente por servir a una función: la religiosa, cultual, decorativa o suntuaria.

            Pero lo más llamativo de esto que comento es la analogía que observé entre muchos de los hitos plásticos warholianos y los concretos episodios de nuestras artes cofrades, desconozco si debido al peso en Warhol de unas creencias familiares, algo bastante probable, o a una fina perspicacia que le hizo detenerse en todo aquello que es popular en cualquier sociedad, incluida la nuestra, queridos cofrades.

            Tal vez me sirvan para explicarme mejor algunos ejemplos. Me centraré en mi hermandad, que para eso es la más pop en mi corazón, y así evitar suspicacias en aquellos de otras cofradías que puedan sentirse ofendidos por gustar más de restar que de sumar mensaje y fuerza simbólica a las imágenes, allá ellos.



            Me llamó la atención el empleo selectivo del oro y la plata en ciertas obras, llamémoslas icónicas, como Marilyn, en un tondo dorado, o Elvis impreso en plata. Detrás de esos tonos podían verse monedas o billetes pero también algo ajeno al lujo o a la ostentación que simplemente se compra con dinero, se intuía un sentido casi devocional.



            A algunos les cuesta asimilar que una simple lata de sopa pueda llegar a estar expuesta en un museo, y más que pueda ser emblema de todo un movimiento cultural, pero tal vez no tanto que este incensario haya acabado siendo protagonista de un cartel oficial de Semana Santa, el del año 1996, precisamente por su carácter representativo de toda la Iglesia de Málaga, ahí es nada para un trozo de latón.



            Jackie Kennedy enlutada en el entierro de su marido tras su magnicidio. Una señora que sufre reconvertida en icono pop, en imagen de calendario, algo racional y estéticamente incomprensible… ¿o tal vez no tanto? La propia Jackie cuenta con reproducciones de otros periodos menos dolorosos, digamos más de gloria, pero no tantos ni tan exitosos como Marilyn, ataviada con infinitos colores para cada tiempo alitúrgico.



             Otra serie, una simples flores repetidas hasta la saciedad en una infinita gama de tonalidades ¿Quién podría prestar importancia a algo así? Nosotros.


            Los cuchillos, utensilios de cocina, en las antípodas de todos los pop stars que Warhol retrató por gusto o por dinero. Ahí están, clavados con las mismas chinchetas y a los mismos muros. Algo me dice que el arte pop y el cofrade se sirven de jeroglíficos parecidos para comunicar.



            La enigmática serie de Mao, innumerables monalisos orientales que sonríen como un actor de cine ocultando la chepa de sus crímenes políticos a la espalda. Esta tergiversación de personalidades malas y buenas no me es desconocida, impresentables personajes secundarios que deberían inspirar terror acaban remodelados por la cercanía en imágenes de camiseta. El Pilatos de San Benito, robando plano y hasta el nombre al mismo Dios enjuiciado, es todo un ejemplo.



            La silla eléctrica, una máquina de matar manipulada e impresa en serie por Warhol hasta idealizarse como si fuera un juguete o un inocente mueble de IKEA no está muy lejos de nuestra reconversión plástica de la cruz, cuya belleza queda muy lejos de aquella sangrienta silla con la que los romanos torturaron y ejecutaron nuestra redención. Los  símbolos de dólar warholiano a todo color son trasunto de los S.P.Q.R. bordados en oro que ahora exhibimos orgullos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario