Querido nazareno de los
Gitanos, o de la Columna
como te dicen ahora, unas líneas para declararte mi amor, un amor platónico e
inalcanzable, pues somos montescos y capuletos del Lunes Santo, por más que corra
por la Alameda
cuando llego a la Tribuna
ya andas tú por Casapalma, así un año tras otro, por siempre.
Quiero que sepas que te quiero
como no quiero a ningún otro. Como ésta es una carta de amor puedo escribir
todas las cursiladas que quiera para demostrarlo, porque cursi es el lenguaje de
los enamorados. Puedo decir por ejemplo que tu perímetro de puntilla blanca
está dibujado con el vapor que desprende un hierro candente en el agua, y
quedarme tan pancho, llamo así la atención sobre el gremio de los herreros que fraguó
a martinetes y martillazos la chatura de tu estampa.
Nunca pienses que te olvido
cuando en mi campaña reivindicativa del nazareno en Málaga hago referencia al
capirotado, quiero que sepas que capirotes habrá, pero como el tuyo ninguno. Es
el tuyo un capirote invisible, inapreciable por quienes ven vestido con túnicas
de moda al desnudo emperador, un capirote cuerno de la abundancia de seguridad
en uno mismo, de personalidad, de procesión sin complejos y de raza morada y carmesí
curtida por un Sol redondo como una O. Es tu capirote una cornucopia de
historia, de la de verdad, no de la de pacotilla, ceñida con espinas que ya no
pinchan y relleno con la estopa de aquellas coronas penitenciales, extintas por
las modas de quienes no tuvieron como tú el verdadero capirote bien puesto.