Vine de mis ejercicios en FITUR
renovado. Maduré por fin. Abandoné los postulados del turismo de interior que hasta
entonces defendía, el que llenaría bancos de iglesia, varales de trono, filas de
nazarenos y aceras de calle, el cursi turismo del alma, uno de malagueños tiesos
que apenas deja un euro de churritos en caja. Acepté por fin mi posición bajo
el Sol de la Costa, la de ser un mero figurante al servicio del desarrollismo
hostelero, dispuesto a vender hasta el aire de mi capirote a un tour operador por
treinta monedas. Y salí a la calle, y este invierno se tornó primavera, y contemple
a Málaga con nuevos ojos, una ciudad bienaventurada sin aguantar sermones de la
montaña, ni sufrimientos, ni esperas, toda cubierta por un toldo sagrado, bendecida
por una panza hinchada de becerro de oro que nos cobija y que pregono orgulloso
en este post.
Pérgola
sobre pérgola en una de las muchas arterias que rivalizan con la Alameda por
ser la Avenida de los Toldos, que llamó un pregonero. Pronto caerá la noche
sobre los palios, se prenderán candelerías de estufa que calienten al que tiene
frío por fuera, se servirán gintonics al que lo tiene por dentro y de paso darán
de beber al sediento.
Por parejas
avanza el cortejo ocupando su sitio en la procesión, ya llueva o haga sol, pues
se paga por la ocupación y si se paga se ocupa. Son mojones móviles de un reino
por conquistar, tan protegidos por la autoridad que ni un perro mañanero reventaíto osará mear.
Nuevas
calles se abren para dar acogida al suntuoso cortejo, sea siempre bienvenido.
No será su saeta al cantar al que está por desenclavar, ni tampoco al que
anduvo en la mar, será al que se coma la brocheta y suelte la pasta al acabar.
Ole.
El manto se
aleja por la estrecha vía dejando aroma a inútil regüeldo ¿Si no da el sol por
qué cobija? ¿Si acolcha el ruido por qué en Chinitas? Los huesos del clero enterrado
bajo el crucero de lo que un día fue convento se retuercen con el taconeo de
las chanclas con calcetines, reviven de la paz en que descansaban con las risas
que provoca el vino y los entraditos en carnes que por el famoso pasaje intentan
ahora pasar y ya no caben.
Junto al Palacio
Obispal desplegada está la manguilla, la cruz parroquial no se pone porque no
se come, está preparada en la bodega por si alguien la pide, porque si la cruz
se pide la cruz se vende.
Actor del misterio,
no huyas de este cielo de lona que está por tu bien y por el de todos. Verás
como poco a poco se llenan de fieles los bancos del este falso templo en que se
ha convertido esta ciudad de falso dios.
Cimbreo de morillera, bambalina bordada con aromas de boquerones más quemados que fritos.
Al ofertorio llega la guapa beata con mandil a pasar la bandeja. La ciudad
quiere pero nada es a cambio de nada y la hospitalidad empieza por uno mismo. Entérate,
infiel de lejanas tierras, ésta es la verdadera fe, en efectivo o con tarjeta.
Y bajo el
palio siempre la flor, cobijada con infinito amor para animar a la primavera. El
azahar brota imparable del sustrato de huesos chupados de
aceituna, el cielo profiláctico de la hostelería será el único límite.
No dejéis
hueco por cubrir, palios malagueños, invernaderos de hoja de tabaco. Drogad al mundo
con el veneno de vuestro incienso que arde en minicarboncillo de alquitrán. Habrá
incluso quienes proclamen a los cuatro vientos del aire puro que estos
fumaderos no son más que un monumento al fraude de la ley, unos incensarios que
sirven para fumar lo mismo que antes se fumaba dentro gratis pero fuera y pagando
al Ayuntamiento. Qué buen negocio municipal fue la Ley Antitabaco. Venga más
calles peatonales, venga más minúsculos locales, llenando las arcas públicas y
vaciando el Arca de nuestra Alianza.
Avanza
palio malagueño, llega hasta cualquiera confín, si hay que saltar muros se
saltan, que aún hay muchos huecos hosteleros que cubrir. Que mejor lugar para
un refrigerio fino, para una jubilación de maestro entregado, para una boda de
oro de amantes esposos, para unas buenas croquetas y un Rueda fresquito, que el
hospital donde se acogían a los miserables que no tenían donde caerse muertos. Ojalá
pronto nadie pierda la ocasión de saborear un catering intramuros de la
historia de la enfermedad y la caridad, siempre a precios asequibles para el
bien de todos, claro está.