El obispo ondea enérgicamente la bandera a cuadros. Los motores de los tronos empiezan a sonar a mayor gloria de su Reina y Patrona Santa María de la Victoria que ya ocupa pódium, trono y palco de autoridad, como siempre ha hecho desde el promontorio de su colina al final del Compás, cinco siglos a medio camino del Monte Calvario que para eso es Corredentora. Empieza esta carrera de autos locos, porque hay que estarlo para emplear tiempo y esfuerzo, vida en resumen, en una competición en la que el concepto ganador es tan difuso que se confunde con el de perdedor.
Irrumpe un gran bólido dorado con palio aerodinámico quemando suela de bota militar. Se escucha la risa nerviosa de Patán, el can de Dios que porta en su boca una bujía como antorcha. El tubo de escape escupe aleluyas de estela blanca con el lema “bienaventurada la Victoria que se quedó Sola porque no volverá a estarlo nunca”.
Le sigue los pasos pisando rueda de carrete la Victoria del Puente, debilidad de este comentarista, siempre en la casilla que tiene que estar, siempre donde se la busca y se la encuentra, compitiendo por ser la última y poder así auparse sobre su triunfo la primera (verdaderamente confuso este reglamento competitivo). Simeón el profeta le repone combustible en boxes.
Con vehículo apto para cualquier medio (tierra, mar y aire) ya adelanta posiciones para la Victoria final la escudería marrón de la Estrella de los Mares, su novedoso utilitario es digno de una Reina de los Cielos.
Entre tintineos avanza rauda la Victoria de la Mañana en mágica carroza de cristal adquirida por San Joaquín y Santa Ana en el concesionario de la puerta dorada, los rayos del sol atraviesan los parabrisas sin dejar mácula.
Como si no fuera ya bastante misterio que en todos los autos viaje la Misma, más lo es aún en éste coche en el que Una son tres, Piloto, Copiloto y Pasajero volandero, todos en asientos intercambiables, todos con un mismo espíritu ganador.
Desde lejos se ven los destellos de luz roja de la sirena alertando de la presencia de bandoleros, la alarma avisa que se acerca la Victoria zamarrillera con sus famosas maniobras de leyenda.
En cochazo descapotable que deja en mantillas la fidelidad y el glamour de la mismísima Penélope, hace aparición la Victoria Salesiana con escudería rosa y celeste. El motor ruge como un patio de colegio bien engrasado, es imparable.
A motor de combustión de romero inagotable llega la Victoria verde, líder en todas las apuestas porque la Esperanza es premio siempre, siempre toca. Su humo hace que pierda lo malo y gane lo bueno.
Y por si aún quedara alguno con más ganas de Victoria aquí tenemos el punto y final, negro sobre plata, como una guinda. No hay quien pueda competir con semejante bólido.
Ya dan vueltas al circuito y a una decisión cuando menos poco meditada por los riesgos implícitos a toda alta competición, pero no hay peligro, seguro que los participantes proclamarán con todos los medios mecánicos a su alcance que hay solo una Victoria en este gran premio de la diócesis, una Victoria única y maravillosa compartida por estos tronos locos de contentos que este 26 de mayo recorren la ciudad.
Irrumpe un gran bólido dorado con palio aerodinámico quemando suela de bota militar. Se escucha la risa nerviosa de Patán, el can de Dios que porta en su boca una bujía como antorcha. El tubo de escape escupe aleluyas de estela blanca con el lema “bienaventurada la Victoria que se quedó Sola porque no volverá a estarlo nunca”.
Le sigue los pasos pisando rueda de carrete la Victoria del Puente, debilidad de este comentarista, siempre en la casilla que tiene que estar, siempre donde se la busca y se la encuentra, compitiendo por ser la última y poder así auparse sobre su triunfo la primera (verdaderamente confuso este reglamento competitivo). Simeón el profeta le repone combustible en boxes.
Con vehículo apto para cualquier medio (tierra, mar y aire) ya adelanta posiciones para la Victoria final la escudería marrón de la Estrella de los Mares, su novedoso utilitario es digno de una Reina de los Cielos.
Entre tintineos avanza rauda la Victoria de la Mañana en mágica carroza de cristal adquirida por San Joaquín y Santa Ana en el concesionario de la puerta dorada, los rayos del sol atraviesan los parabrisas sin dejar mácula.
Como si no fuera ya bastante misterio que en todos los autos viaje la Misma, más lo es aún en éste coche en el que Una son tres, Piloto, Copiloto y Pasajero volandero, todos en asientos intercambiables, todos con un mismo espíritu ganador.
Desde lejos se ven los destellos de luz roja de la sirena alertando de la presencia de bandoleros, la alarma avisa que se acerca la Victoria zamarrillera con sus famosas maniobras de leyenda.
En cochazo descapotable que deja en mantillas la fidelidad y el glamour de la mismísima Penélope, hace aparición la Victoria Salesiana con escudería rosa y celeste. El motor ruge como un patio de colegio bien engrasado, es imparable.
A motor de combustión de romero inagotable llega la Victoria verde, líder en todas las apuestas porque la Esperanza es premio siempre, siempre toca. Su humo hace que pierda lo malo y gane lo bueno.
Y por si aún quedara alguno con más ganas de Victoria aquí tenemos el punto y final, negro sobre plata, como una guinda. No hay quien pueda competir con semejante bólido.
Ya dan vueltas al circuito y a una decisión cuando menos poco meditada por los riesgos implícitos a toda alta competición, pero no hay peligro, seguro que los participantes proclamarán con todos los medios mecánicos a su alcance que hay solo una Victoria en este gran premio de la diócesis, una Victoria única y maravillosa compartida por estos tronos locos de contentos que este 26 de mayo recorren la ciudad.