Egoísmo.
Si cualquier propuesta de la procesión magna estuvo mal planteada o pudo estar
mal resuelta me dio absolutamente igual porque se adecuó, o la adecué
egoístamente, a mis propios intereses. Mi cabeza, mi corazón y mis pies me
condujeron hasta una Victoria totémica bajo templete rojo sujeto por patas
invisibles, rematando lo que un día fuera dosel de una sola cara a la galería.
Egoísmo de
querer a la Mía como la quise, de que cada cual quisiera a la Suya como la
quiso, porque es la Misma y sin la Misma no habría ninguna. Egoísmo de no
importarme lo que otros vieran o quisieran ver, lo que buscaran o encontraran si
no anduvieron mis pasos por aquel camino de baldosas resbaladizas.
Egoísmo de
hacerme con todos los huecos que quedaron libres en calle Císter para que no se
desperdiciara ni un inédito rayo de sol sobre Su cara, ni una mancha de
colorete en Su blancura sin filtro, ni una chispa desprendida por Su corazón de
oro, ni un tono de la aristocrática extravagancia de Sus flores, miniplanetas Tierra vistos desde el espacio, con su puntito de atardecer cortesía de las jacarandas
de Cortina del Muelle.
Egoísmo de
servirme de mis hermanos que trabajaron tan duro para que todo saliera tan bien
sin que ningún estatuto les obligara a ello, de servirme de todos los que se esforzaron
para mi exclusivo disfrute escondidos tras aquellas puertas mágicas de la
catedral que parecieron abrirse y cerrarse solas, telón de principio y fin.
Egoísmo por
disfrutar de lo mío, egoísmo por disfrutar de lo vuestro, egoísmo por disfrutar
de la compañía de todo aquel que quiso voluntariamente venir a ser feliz
conmigo. Egoísmo por la fortuna de no tener que compartir ni una sola pizca de
mi alegría con los que prefirieron ver la Champions.
Egoísmo magno
de pensar libremente, de interpretar como quise, de ver lo que quise ver en
cada momento, de convertirme e incluso de convertir el momento cumbre en un ejercicio
de humildad, siendo testigo de cómo la Esperanza se fundía en el negro de su
casa hermandad, replegándose reverencialmente para no robar protagonismo a los
Dolores de vuelta, cediendo el testigo de su corona en aquella carrera de
relevos en la que solo podía haber una Reina.
Egoísmo de
no sentir que estuviera solo porque otros sentían lo mismo que yo o podrían
sentirlo si quisieran, que por ello formaba parte de una comunidad abierta al
egoísmo del mundo. Egoísmo colectivo, diocesano y universal. Egoísmo de no
ceder, ni prestar, ni regalar mi pedacito de manto victoriano remendado de sol,
luna y estrellas, que cada cual tuvo el suyo pues ese mismo manto nos cubrió a
todos.
Cristiano Ronaldo concentrado en lo importante. Foto P. Galiano.