Me apena que nuestra pérdida de inocencia repercuta en algo
indisolublemente ligado a las cofradías, esa construcción imaginaria, podríamos
llamarla incluso tinglao, que adorna
su historia con fantasía, es la leyenda.
Las nuevas cofradías no cuentan ya con inicios míticos, cínicos sería lo más
aproximado, y eso es algo a lo que, con permiso de los historiadores, pretendo
poner remedio inventando capítulos que nunca ocurrieron, mezclando mentiras con
medias verdades, como hacen los políticos pero en bonito. Quiero crear fábulas
que contar a los niños en las aceras mientras esperan los tronos para que
fabriquen, en lugar de la bola de cera, un ovillo con cuerda de cuento que los
ate para siempre a la parte de cielo que tiene esta realidad cofrade cada vez
más terrenal, y que con el boca a boca y el paso fugaz de las generaciones
patentemos entre todos nuevas leyendas que empiecen con un “hace muchos, muchos años…” refiriéndose
a los tiempos que nos han tocado vivir.
Va la primera, y tal vez la última, dedicada a la hermandad de Humildad
y Paciencia sobre unos hechos que pasaron y otros que están aún por pasar, por
ser legendarios en decisión y valentía.
Hace muchos, muchos años ocurrió en Málaga una terrible
desgracia. Un tornado la atravesó arrasando todo a su paso. Nadie se percató
entonces pero el tornado venía con una ruta marcada, la del itinerario
procesional de la hermandad de Humildad y Paciencia que por aquellos lejanos
tiempos no hacía el recorrido oficial. La fuerza destructora de la naturaleza
provocó graves daños en su recién inaugurada casa-hermandad y a la altura de la
Plaza Concejal Pomares, entonces llamada Plaza de la Solidaridad, arrancó de
cuajo una gigantesca araucaria, hito natural que marcaba el inicio del trayecto
de vuelta de la cofradía. Cómo no sería de magnífico el porte de la vieja y
poderosa conífera que esta ciudad, que confundió siempre la riqueza con la
pobreza y arrasó desde antiguo con toda vegetación, no pudo acabar con ella en
los tiempos de atentados desarrollistas que convirtieron Málaga en un secarral.
La constructora que repobló de ladrillos aquella manzana se vio obligada a edificar
ceremonialmente en torno al árbol respetando su centro imponente. Nunca se
había visto nada igual en aquella ciudad voraz, nunca un árbol había podido
someter al urbanismo como aquella anciana araucaria.
El caso es que lo que no pudo la avaricia humana lo pudo el
tornado, que a la hora de la verdad no es más que un pequeño electrodoméstico
de la voluntad divina. La araucaria cayó y dejó en medio de lo urbanizado un
hueco enorme vacío de vida. Sus designios son inescrutables pero todos se
preguntaban cómo pudo Dios haber consentido aquello. Con el tiempo se conoció
la respuesta, fue a raíz de un chivatazo de un ángel de la guarda a un
monaguillo de la parroquia de San Vicente de Paúl, el monaguillo era pillo y su
angelito tenía también tela marinera… eran tal para cual. En cualquier caso a
ellos les debemos conocer el resto de la historia del Cristo de la Humildad y
Paciencia y la araucaria.
Que Cristo no es presumido lo sabemos todos, está tan libre
de pecado como su Madre, pero decir Libre
de pecado implica también decir que debe ser Impecable, así que a Dios Padre no le acababa de convencer la
humildad y paciencia del retrato que la joven hermandad había elegido para
representar a su Hijo. Os recuerdo que el día de su bautismo Dios debía abrir
el cielo y proclamar “TU ERES MI HIJO, EL AMADO, EL PREDILECTO”, y la verdad es
que lo decía porque es Omnipotente pero resultaba poco creíble para los tiempos
que corrían y con tanto imaginero bueno como había. En resumen, que la talla no
estaba a la altura y se le ocurrió la idea del tornado para quitarlo de en
medio. El problema vino cuando el encargado de programar su ruta, San Tarsicio,
resentido por haber dejado de ser titular de la cofradía, se despistó un poco,
es lo que tiene hacer las cosas con desgana… Así el tornado, en lugar de entrar
por la ventana de la parroquia y absorber la escultura limpiamente para
depositarla en un altillo del paraíso, lo hizo todo mal. El remolino provocó
graves daños en la casa-hermandad, pensando erróneamente que allí estaba la
talla, e infructuosamente se recorrió después todo el itinerario procesional en
su busca, llevándose por delante a la pobre araucaria, verde cruz de
humilladero junto a la que la cofradía iniciaba su vuelta. Un absoluto
desastre.
Lo único bueno de aquello es que la hermandad captó la
indirecta divina y decidió con santo criterio sustituir la talla del Señor a
fin de que esperara la crucifixión a imagen y semejanza de Dios Padre. Pero
Dios es justo y aún tenía una deuda pendiente, una enorme con la gigantesca
araucaria que pagó el pato de aquel desastre meteorológico. Como además de
Justo es Sabio, Dios encontró la solución. La vieja araucaria absorbida a los
cielos por el tornado, archivada y etiquetada en un guardamuebles del cielo,
sería cargada por San Tarsicio de vuelta a la Tierra y en el momento oportuno
se daría con ella el cambiazo por el pino de Flandes con el que el imaginero
pretendía realizar su obra. El artista dijo que nunca encontró madera más
buena, más fuerte, más dócil para dejarse tallar. Resultó una obra maestra.
Y acaba ya esta historia, llegado el lejano año de 2021,
reinando Carlos III que es el que reina siempre en las leyendas cofrades, en
una misma ceremonia fueron bendecidas simultáneamente la talla del carpintero
de Nazaret que redimió al mundo y la araucaria de la plaza de la Solidaridad
que dio su vida por Él, uniendo sus destinos para la eternidad.