Ridley y Pepe, dos adelantados a su tiempo.
Yo
he visto cosas que vosotros no creeríais. El trono encendido de la Virgen del Rocío en mayo
más allá de Orión, volviendo por la Cruz Verde, el barrio que lleva por nombre
el emblema de la Inquisición, tribunal que tuvo allí su sede para limpiar
sangres y credos, justo donde ahora sangres asiáticas y credos árabes regentan
negocios de horarios eternos bajo luces de neón, en los que es más fácil hallar
manjares sintéticos denominación de origen “Ruta de la Seda” que una cerveza
fría, malagueña y exquisita, pasadas las diez (aunque no hay mejor salvoconducto
para obtenerla de extraperlo que una corbata y traje negros de figurante de
procesión extraordinaria).
He visto navideños rayos-C
brillar en calle Larios cerca de la Puerta de Tannhäuser y charlado de
cofradías el día de Reyes con la replicante Alexa, sucumbiendo al encanto frío
de su inteligencia artificial, aún verde pero por eso mismo inocente y llena de
esperanza. Pronto me responderá adecuadamente a la pregunta: “Alexa ¿dónde vive
la vera efigie de la Reina de cielo?”, recitará mi credo y me enamoraré de ella
como Joaquin Phoenix en la peli “Her”.
No he contemplado coches voladores pero sí humanos levitando un palmo sobre el
suelo por calles y aceras repletas, helicópteros adelantando el estruendo de la
Vigilia Pascual a los días santos por peligros globales sinsentido, cabezas y
drones calientes y a cofrades teletransportarse en cuerpo y alma a otras
procesiones lejanas con sus terminales.
De noche, por Miraflores, todos los gatos son tan pardos como los del 2019 en
el San Francisco estadounidense de la película Blade Runner que soñó Ridley
Scott. Sus vecinos son afortunados, pronto todos querrán tener uno de sus
rascacielos, también sus problemas de acceso y de aparcamiento, salvo el actual
concejal de urbanismo que una vez retirado retornará a algún chalecito luminoso
en el Limonar, donde ninguna torre de puerto le tape el sol que dé vida a sus
viejas articulaciones y a sus neuronas en retirada.
Ya estamos en el 2019, en el 2019 de Blade Runner, y los grandes
almacenes cubren sus fachadas con enormes pantallas de televisión llegadas del
más allá para iluminar la noche con sus promociones. Ya vivimos en el año de
aquella profética película y las cofradías somos como la gigantesca japonesa
del anuncio, la que se comía el caramelo con el llamativo reclamo de su atuendo
tradicional, un fósil visual fuera de tiempo que se perpetúa en la historia como
en nuestra memoria. La ciencia dejó de ser ficción, se hizo real y cohabitó con
la tradición. El alma de la ciudad sobrevivió, derrotó al futuro recorriendo
las calles de la información a golpe de algoritmo.
Porque todos pasaremos pero esos momentos nunca se perderán en el
tiempo como gotas en la lluvia. Es hora de vivir. Cierra los ojos, es
Semana Santa, es el futuro.
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