La Virgen se me aparece.
Ya quisiera yo que fuera como a todo el mundo, en el campo, en pleno derroche
de la creación, sobre un árbol centenario cuajado de nidos de pájaro, bajo un cielo de estrellas… pero yo vivo aquí, en mitad de un paraíso especulado o por
especular, con los únicos trinos de los martillos pilones, pájarracos que tras
años de hibernación salen ahora de sus grutas anunciando la primavera electoral,
bajo la luz estridente de unas perpetuas bombillas de fiesta que ocultan el cielo y que cambian con
cada estación.
La Virgen se me aparece en mi
mundo, se me aparece en internet, en las ramas de la red. Se aparece en las
fotos de las agencias de noticias, en los reportajes de los corresponsales de
guerra, casi siempre llorando, clamando justicia con su Hijo entre brazos, como
se nos aparece a todos, pero el caso es que incluso cuando cobarde aparto los
ojos ante ese dolor y trato de refugiarme en el mundo amable del que evita los
problemas se me aparece también milagrosamente. De esas apariciones va este
post.
Habrá quien piense que
padezco algún tipo de obsesión maniática, yo por el contrario barrunto que tal
vez sea hasta sano, que resulte más sensato encontrar a María por doquier que
verla sólo en una. La María
de Inmaculada Concepción, de gracia infinita, es mucha María para estar sólo contenida en una talla de madera realizada por encargo, por más que ésta sea la
más refinada recreación de la belleza de este mundo.
Aquí os muestro algunas de estas
apariciones marianas en las que este afortunado bloguero ha encontrado a María
en los últimos meses, son ilustraciones, cuadros y obras de arte, estampas laicas
que brillan en mi monitor como una danza del sol:
Veo a la
Virgen de Belén antes de amamantar a un hambriento Niño Dios
en esta pintura hindú de una madre y su hijo de 1810 atribuida a Chokha.
Se me aparece sonriendo a la puerta de una casa en Nazaret
en esta escultura china de la
Diosa Guan Yin, Dinastía Qing, finales del siglo XVIII.
Confundo un cuadro con un espejo en “Dévotion enfantine”, del
austriaco Peter Fendi (1796-1842).
La veo presentida de dolor por el anciano Simeón en este retrato
imaginario de Lucrecia, el mítico personaje de la antigua Roma, pintado en 1520
por un anónimo, El Maestro de la Santa Sangre.
Se me aparece con entereza camino del Calvario en esta
ilustración de Harry Clarke para una edición de “Cuentos de Misterio e Imaginación” de Edgar Allan Poe en 1919.
La presiento en el Gólgota en esta hada de cuento pintada
por el lituano Mikalojus Ciurlionis (1875-1911)
También se me aparece como Piedad en este cuadro de 1897 del
Akseli Gallen-Kallela (Finlandia, 1865-1931) quien en realidad pretendía pintar
a la madre de Lemminkäinen, un ser sobrenatural de la mitología finlandesa que
podía convertir la arena en perlas, en lugar del agua en vino.
Veo la
Asunción a lo lejos en esta musa de Alphonse Osbert pintada
en 1901.
No es precisamente a Jadwiga, reina de Polonia, a quien veo
coronada Reina del Universo en este cuadro del polaco Józef Męcina-Krzesz (1860-1934)
Hay para mí más Pentecostes que psicodelia en “Cuerpo Astral
Dormido” (1968) de Marti Klarwein.
Y de Carmelita Estrella de los mares triunfando sobre el
demonio en esta ilustración de la diosa japonesa Benten dibujada por Warwick
Goble (1862-1943)
Porque con los ojos de la fe Karl Friedrich Schinkel no pintó
en 1816 “El hall de Estrellas en el Palacio de la Reina de la Noche”.