Siento
pena por la flor exótica importada, confiada en su amniótico invernadero,
ignorante de que será pronto flor cortada y cara, vida sesgada.
Me
compadezco con las injusticias de los artesanos, quitándose horas de sueño y de
televisión para poder entregar sus encargos de oro y plata en plazo. Las
cofradías tiranas no perdonan, y seguro que hasta pagan mal.
¡Pobres
abejas polinizadoras sin hogar! Sus colmenas destrozadas, sus celdas
convertidas en escombros de fundición de cera virgen.
Las nubes
de incienso me recuerdan la niebla en la carretera, encima estoy resfriado y no
huelo.
Confundo los
bombos de las bandas ensayando con los truenos de la tormenta del viernes. Vibran
los cristales con esa marcha que se pondrá de moda como con el terremoto.
¡Clama al
cielo ver esos estampados de la ropa de la sección de señora! Reclamos de
colores chillones desaprovechados, escondidos como los escotes bajo los abrigos
por el relente previsible del inmediato Domingo de Ramos!
¡Y esos
niños de Dickens formando cola para hacerse el capirote una fría tarde de
febrero…! ¡Se me parte el alma!
Te lo ruego
Semana Santa, no vengas todavía, dame un poquito de tiempo. Demórate aunque sea
media luna, que los altos instintos y las bajas pasiones hibernan aún en su
madriguera, que los sentidos aún duermen junto a la estufa apagada, que aún no
soy lo suficientemente niño, que aún no tengo la suficiente fe, que más que
puente soy salmón contracorriente.
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