martes, 8 de noviembre de 2016

AL DIOS DE MIS AMIGOS


Este domingo tuve la ocasión de compartir luz de mañana y calles de Sevilla con el Dios de mis amigos. Ahora describo mis sensaciones, todas frías y objetivas porque a priori no es mi Dios sino el suyo, al ser yo malagueño y ellos sevillanos.

            Sin duda es el Dios de Sevilla, me percaté en cuanto lo vi girar sobre su eje delante del ayuntamiento para susurrar “cuidadito” a la cara de los miembros de la corporación municipal. “Cuidadito” no era ninguna amenaza, era solo un ruego en diminutivo, ese Dios Hombre era capaz de todo menos de hacer daño a alguien, solo velaba por el cuidado de los suyos. Si algún político faltó a la cita protocolaria marcada a las y cuarto de aquel reloj de manecillas de madera tuvo que ser por miedo a sí mismo, desde luego no de aquel Dios que contagiaba mansedumbre.

            Al principio fue el Verbo, ahora es el ruido, pues bien, el Dios de mis amigos es como un cuchillo que atraviesa el bullicio de silencio reverencial, silencio al que yo me sumé. Evidentemente existía una predisposición por mi parte a dejarme llevar, a sentir sin rechistar, pero esto no minimizó su poder, al contrario, el eco de su fama es como un estandarte que lo antecede en el cortejo dibujando con miles de ondas una silueta tan real como El mismo.

            Se le ve tan fuerte y poderoso que no comprendo bien a qué vienen esos traspiés cargando una cruz de madera que movería con una pestaña, tampoco la necesidad de ese pedestal de rosas rojas que sujeta el stipes, tal vez sea una toma de tierra de un rayo divino porque al mirarle a la cara me di cuenta que lleva a cuestas otra cruz que no veo, una de dolor infinito que debió levantarse con un llamador inescrutable.

            En todo lo relativo a la túnica, a la música y demás cuestiones accesorias con las que me entretengo en las procesiones, he decir que me pasaron desapercibidas. Confieso que ya de espaldas me empezaba a fijar algo en el paso del Dios de los sevillanos, uno de los mejores que jamás hayan existido, por historia y calidad debería dejar ya de imitarse para empezar a ser un paso inimitable. Comprobé también que el oro viejo reluce de forma distinta a como brilla el oro que se costea de un día para otro y que los angelitos, si existen, deben ser como los que rodean al Señor porque al contemplarlo todos fuimos un poco como deberíamos ser. 

            La expresión “los amigos de mis amigos son mis amigos” debe tener algún reverso luminoso y trascendente porque creo en un único Dios, un Dios que comparto con mis amigos y hasta con mis enemigos a regañadientes.

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