Sr.
de la Torre:
Me dirijo a
usted por lo de La Mundial, lo que prácticamente es lo mismo que estar hablando
solo, y ello pese a haberme repetido una y otra vez que cada publicación sobre
el tema sería la última.
Se
preguntará usted a qué viene tanta insistencia, con la de problemas serios que
tenemos en Málaga, e incluso idénticos pero mucho más altos y en el puerto. La
verdad, no sabría explicarle, un buen día elegí La Mundial como “mi problema”, como
mi parte por el todo de Málaga, y asumí con ello la responsabilidad de proteger
este inmueble histórico, igual que usted optó por hacer todo lo posible para demolerlo.
Consideré
que la pensión podía ser un mascarón de proa que marcara por la red el rumbo a
una nueva mentalidad ciudadana, una especie de bandera tridimensional con líneas
identitarias que ondeara vía hashtag para querer a Málaga, un símbolo contestatario
que marcara un antes y un después del urbanismo del pelotazo en el centro, como
un reverso luminoso de ese Málaga Palacio contra el que no pudimos combatir, daríamos
un golpe en la mesa que impusiera un poco de orden y de paso esa normativa que
protegía al centro histórico de estos desmanes.
Yo ya me
imagino por donde irán los tiros de su autodefensa, reducirá la polémica a una
cuestión política, ideal para camelar a los de su cuerda, a las partes
interesadas en el negocio y a toda esa gente que no sitúa a La Mundial en el
callejero pero que se fía de usted, como también yo me fiaba. Para alguien como
yo, celoso de su intimidad, decirle en público que lo he votado, romper aquí ese
secreto, implica rebajarme hasta lo indecible pero la ocasión lo merece, no me
queda otra, de alguna forma tengo que hacerle ver que yo no hablo de ideología,
hablo de cómo quiero que sea mi ciudad, que por cierto no será nunca su
herencia.
He visto como
se enredaba día a día en su tela de araña tratando de gestionar este problema, como
su cabezonería iba dando al traste con cada una de las posibilidades que
surgían para dar marcha atrás y poder solucionarlo, que se resumen en una: hacer
cumplir la ley sin retorcerla, pero su terco paternalismo lo ha impedido.
No me venga
con gaitas culturales porque esto se lo dice uno que de adolescente se quedó
eclipsado ante ese templo laico que es el Museo Romano de Mérida y que tiene enmarcada
en la pared de su casa una foto del Kursaal. Un antiguo votante de usted y encima
un admirador de Moneo, esto no se lo esperaba.
Acabo ya
recordándole que el Pasillo de Atocha, calle que machaconamente recorro siempre
que puedo para usucapirla antes de que me la arrebate, es tan mía como suya, y que
yo no le autorizo a que venda lo que me pertenece. Además un consejo, por más
hoteles que le construya, recuerde que no llegará turismo de calidad si una ciudad
culta no lo recibe, la cultura no se solapa por ordeno y mando, la cultura se
acumula y se comparte.
Por todo lo
anterior habrá llegado usted a la conclusión de que con mi implicación he
creado un vínculo con el edificio y que si La Mundial es derribada me lo tomaré
como algo personal, consideraré que usted ha actuado deliberadamente en mi
contra y en contra de los que piensan como yo. Como buen profesional de ganar
elecciones sabrá usted que son las emociones las que encumbran o derrotan a los
políticos, sean buenos o malos, que por eso los josés bonapartes acaban siendo
pepes botellas. Tal vez usted este edificando sobre el Pasillo de Atocha un
gran monumento a su soberbia con el que será recordado para los restos, será su
Valle de los Edificios Caídos del arquitecto Moneo.