viernes, 26 de octubre de 2012

DOMINGO DE RAMOS


Era domingo. Con grandes dolores se incorporó lentamente de la cama, a tientas buscó y encontró las gafas y la dentadura postiza. Acercó con la garrota las zapatillas y tras calzarlas se puso en marcha. A rastras llegó a la cocina. Abrió la puerta del armario para prepararse las gachas prescritas facultativamente para desayunar. Aunque… hoy no. Hoy no habría gachas. Sin pensárselo se preparó un aromático café y pan con aceite.

A continuación un nuevo cambio en la rutina. No se dirigió al sillón orejero frente al televisor que siempre emitía la misma cadena. En bata salió a la calle a comprar un periódico. Quería saber que pasaba en el mundo pues hoy se sentía parte de él. Observó en el trayecto que su garrota se había quedado en casa y que no la echaba de menos.

Con avidez leyó las noticias de aquél día de primavera. La experiencia le supo a poco. Quería salir a la calle. Oler la vida que renacía. Pero no podía salir así, debía asearse y afeitarse. ¡Qué curioso! Observó en el espejo que en su barba y en sus sienes el pelo blanco se estaba tornando negro.

La ropa de su armario no le satisfacía aquel día. Subió de dos en dos las escaleras dirección al altillo. Allí encontró lo que necesitaba. Un pantalón vaquero y una camisa blanca cuyas mangas dobló hasta los codos. Y salió a la calle.

Al poco se encontró de frente con dos morenas de pelo largo que bromeaban. Una de ellas dejo escapar bajito un ¡guapo! que le hizo levantar el ánimo. Volvió la cabeza y empleó unos segundos en ver alejarse el estupendo par de jóvenes siluetas que se contoneaban acompasadamente.

Aunque era pronto le apetecía tomar una cerveza. Le apetecía como si tuviera sed de años. A la segunda empezó a entablar conversación con los compañeros de barra, con los de mesa, con los camareros. Afinidad espontánea con desconocidos que ya eran amigos. ¡Qué bien se sentía!. Quedaron para otra vez aunque no sabría cuando sería.

Y de nuevo a la calle. Se dejo llevar. Quería correr, saltar. Atravesó el parque como loco, manchándose los zapatos y los bajos de los pantalones, sin mirar si había caca de perro, sin importarle que los papeles estuvieran fuera de las papeleras o los árboles mal podados. No tenía ninguna preocupación. Sólo la de jugar compulsivamente. Se columpió hasta el agotamiento.

Cansado se aproximo a una muchedumbre. Sin mucha educación la atravesó. Se puso en primera fila. De repente sintió una mano fuerte que agarraba la suya. Miró hacia arriba y vio la figura enorme de su padre que le sonreía. En la otra mano su madre le puso una manzana de caramelo y mientras la mordisqueaba vio pasar por delante a Dios montado en un burro.



Publicado el 9 de abril de 2011, Domingo de Ramos, en Pasión en Sevilla.

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