Es la vida la que sale a la calle
en procesión, en homenaje a Aquel que completó con éxito el círculo de su
misión, es la vida incluso de los que ya no viven y de los que en el futuro vivirán.
El cortejo es una rueda dentada con almas de luz que encaja en otras ruedas
invisibles, misteriosas, que mueven maquinarias ignoradas y engranajes de consecuencias
remotas. La procesión, como vida en la calle que es, nace para crecer, producir
frutos y morir, volviendo así al punto de partida. Por ello tiene como fin
último regresar al origen, para poder empezar nuevamente.
Una procesión que no se acaba es
una procesión truncada, una cruz aparcada junto a una ermita de carretera. Un
cortejo que no vuelve al punto de partida es el camino de unos hermanos que se
pierden en medio del bosque.
Que el fin justifique los medios,
que los medios no sean nunca el fin.
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