Esto no va solo de qué le
toca a la Mía en los fastos del Centenario, que también, por eso quiero mostrar
mi satisfacción con la inclusión de la Virgen de Consolación y Lágrimas en la
procesión magna. En mi cabeza se ha erigido como emblema de esta celebración de
la Agrupación; por su pasado artístico, que ha acabado haciendo añicos los
cristales de una hornacina demasiado pequeña para contener la calidad de la escuela
malagueña; por su vinculación con Antonio Baena y sus delirios de pies en
tierra, santo y diablo, patrón y mártir de esta corporación; por ser sus
arrugas signo de nuestra Historia, de todas nuestras buenas y malas decisiones;
pero sobre todo por mostrarse tras su última restauración como una nueva cabeza
de Esperanza injertada en el tronco del que brotará un futuro mejor, en el que
el orden de factores de su doble advocación alterará nuestro producto: primero Lágrimas
y después Consolación.
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