Cruz Roja Puentiferaria
Superada
la adolescencia, el joven cofrade
malagueño llega al doloroso convencimiento de que su Semana Santa ha mamado de la Semana
Santa sevillana. Esta asimilación es traumática y viene acompañada
de una serie de síntomas muy aparatosos, tales como convulsiones, espasmos,
espumarajos, pérdidas de conocimiento e incluso autoagresiones, sobre todo
cuando el niño ha sido educado en un acendrado malagueñismo por padres en exceso
cuaresmeros y ha tenido libre acceso a algunos medios de comunicación cofrade
desde su más tierna infancia.
No hay que
preocuparse, hablamos de un proceso madurativo natural que no debería traer más
consecuencias. El malagueñito concluye por si mismo que su Semana Santa, la que
presencia cada año, la que considera mejor del mundo, la única e incomparable a
cualquier otra, no es más que la consecuencia de una exitosa adaptación a principios del siglo XX, por
parte de la burguesía malagueña, de la tradicional fiesta barroca a unos
parámetros consolidados algo antes, durante el siglo XIX, por la Semana Santa sevillana. Málaga
reformuló la fiesta conforme a los tiempos, hizo su Semana Santa más
extrovertida, más atractiva hacia el exterior, más espectacular, sí, más
turística.
El joven
cofrade tiene que reencontrase y aceptar que algunas de las premisas de su malagueñismo
son justo lo contrario, que las que
tenía por cofradías más malagueñas en realidad serían las primeras sevillanas, pues
se anticiparon en los años veinte modernizando sus cortejos, siguiendo las nuevas
corrientes del procesionismo, en su mayoría hispalenses. Es duro afrontar que
hasta aquella reformulación, con un mayor o menor grado de ostentación, la Semana Santa de
Málaga poco habría de diferir de la actual procesión de Servitas. Este fenómeno
fue nacional, venía gestándose ya desde la centuria anterior, y fue propiciado
por la situación sociopolítica, como lo son todas las cosas.
El maletín de Primeros Auxilios debe estar en lugar siempre visible
Vistos los
primeros síntomas deben emplearse de inmediato los remedios de nuestro maletín
de primeros auxilios, en caso contrario el joven cofrade puede quedarse colgado
de un resentimiento sin fundamento a lo sevillano que lo llevará a tirarse piedras a su propio tejado y a portar un capirote
de complejo de por vida con una hipersensibilidad por lo anecdótico (como por
ejemplo escandalizarse porque el guión corporativo se lleve al hombro por un
digno representante de la hermandad y no porque se haya contratado a alguien extraño
a la cofradía para que lo lleve presentado). Cabe también otra desfavorable
evolución, es la de que el joven cofrade acabe desubicado, renegando de su Semana Santa y asumiendo la
hispalense como la suya, mejor dicho, como la única a tener en
consideración, un fenómeno globalizador que está haciendo estragos en la Semana Santa a nivel nacional.
Empecemos. Es
conveniente poner algo en la boca que evite que el cofrade en pleno arrebato se
muerda la lengua (la lengua es muy importante para el cofrade). Mientras se le
inmovilizan ambas extremidades se le masajeará decididamente en uno y otro
hombro, alternativamente. El masaje provocará inmediatamente un pensamiento
reflejo, el de que en Málaga no empleamos el costal, que seguimos fieles a
nuestra tradición horquillera de cargar al hombro (hasta el punto que llevar los
pasos como se han llevado toda la vida de Dios en todos los sitios se le haya
acabado llamando portarlos “a la
malagueña”)
Cruz Roja de la Divina Enfermera
Lo anterior
hará que el cofrade se tranquilice algo y que deje de proferir maldiciones (en el
desvarío del trastorno mental transitorio pueden ser incluso de temática futbolística o política). Es el momento de imponerle la medalla de su hermandad
(antes no, pues podría intentar ahorcarse con ella). El enfermo asumirá así su sentimiento
de pertenencia. Poco de sevillanismo puede haber en unas hermandades implantadas
en Málaga por más de cinco siglos, conformadas secularmente por malagueños que
han hecho frente al listado de calamidades más inimaginable, perdiéndolo todo en
más de una ocasión, hasta la vida, por sus titulares. Hermandades malagueñas que
han ido mutando conforme se transformaba su ciudad, según lo que ésta en cada
momento necesitaba, anteponiendo, como es sabido, la ayuda al prójimo al culto
público.
Cuando el
cofrade deje de llorar es conveniente una limonada, de limón cascarúo por
supuesto, con su poquito de sal o bicarbonato. Las sales le harán ver que más
que imitación a la capital del Guadalquivir hubo inspiración, es cierto que se
importaron algunas formas pero lo fueron readaptadas a la propia idiosincrasia
del pueblo malagueño. Ninguna Semana Santa parte cero, todas se construyen bajo
normas litúrgicas y corrientes artísticas y sociales. Este mimetismo fue además
generalizado, incluso dentro de Sevilla, las aportaciones más exitosas de
algunas cofradías acababan implantándose en las demás, por ejemplo, era absolutamente
lógico que los postulados novedosos y populares de Juan Manuel Rodríguez Ojeda
se extendieran como la pólvora, por Sevilla y todo el entorno cofrade andaluz.
En
este punto es conveniente encender un poco de incienso, humo purificador y en
este caso medicinal, que procedente del lejano Oriente permite asimilar al
cofrade la amalgama de conexiones extrañas que habitan en la fiesta. El
exotismo del aroma facilita la conexión de nuestra Semana Santa con lo foráneo,
se huelen las ingentes influencias granadinas, las cordobesas, incluso las
castellanas y las levantinas, hasta del cortejo civil y militar más propio de
otros desfiles, como el del Corpus. Todo esto cohabitando bajo el tamiz de
nuestro cielo.
Porque
las cosas son tan sencillas de explicar como que era Sevilla, y no Málaga, la capital
económica del mundo católico en el apogeo de la Contrarreforma :
la cruzada que instituyó las formas básicas de lo que ahora llamamos Semana
Santa, y que llegada la decadencia a Sevilla como puerto fluvial de las Américas,
en el siglo XIX contó con un sustrato social propicio para conservar y hasta
recrear su herencia cofrade, incluida una pseudocorte
real que favoreció la reformulación de la fiesta en pleno apogeo del romanticismo.
Una fiesta, la
sevillana, conformada también con influencias extrañas, como la nuestra,
partiendo del tronco común de las procesiones medievales de flagelantes
centroeuropeas, a la que se le sumaron modas provenientes de la corte imperial española y,
claro está, de Roma, la capital del Barroco (no en vano se afirma que fue el Barroco la primera gran globalización).
Igual que Málaga disponía del taller del granadino Mena, muchos imagineros de
su nivel, y de diversa procedencia, sobre todo andaluza, montaron sus negocios
en la opulenta Sevilla, beneficiándose con ello hermandades y órdenes
religiosas.
Por tanto no debería
ser difícil de aceptar, hasta al más recalcitrante de los malagueñistas, que
Sevilla iba por delante en esto de la Semana
Santa , que puso en ella un empeño, arte y dedicación encomiables,
ni tampoco que esta ciudad fuera, y siga siendo, un buen espejo en el que
mirarse, algo que hasta no hace mucho se reconocía públicamente como signo de
distinción. La misma prensa que ahora vilipendia antes se recreaba en noticias tales
como el estreno de un palio como el de la Esperanza Macarena ,
la gran novedad que suponía que la
Virgen que por siglos iba sedente al pié de la cruz procesionara bajo un palio como las de
Sevilla o que una cofradía realzaba su cortejo incorporando los esbeltos capirotes cónicos sevillanos. Ese mismo
periodismo cofrade que instauró el sevillanismo es el que ahora va a degüello
contra el empleo de las velas rizás, de locos…
Nazareno de la Cruz Roja sin complejos en pose conciliadora
Conviene
dejar reposar al joven cofrade malagueño para que repase toda esta información,
e incluso recomendarle alguna bibliografía, poco a poco se irá sintiendo mejor,
mejorará su autoestima, su orgullo por una Semana Santa que hasta habla
distinto (no hay mayor poder que el de imponer nombre a las cosas). Recapacitará
sobre las geniales aportaciones de Málaga al fenómeno cofrade, una larga lista,
y algunas de gran trascendencia fuera de nuestras fronteras, como el invento corporativo
de una agrupación de cofradías (algo
inédito hasta aquel momento) o la del género musical por antonomasia de la Semana Santa , el de cornetas y tambores.
Ya está listo
el cofrade malagueño para seguir adelante. No hay más auxilios que valgan. Allá
él si quiere perderse por unos caminos de ida y vuelta que sólo han de servir
para descubrir, aprender y compartir.
Nota del autor: En este
post no se ha empleado ni una sola vez la expresión “señas de identidad”.
Acabas de demostrar que es realmente fácil de explicar y entender la Semana Santa. Y que trabajito cuesta hacerlo llegar a cada casa. Y eso que vivimos en la época de la revolución comunicativa.
ResponderEliminarEste pequeño resumen debería ser el primer manual que reciba un cofrade antes de seguir su andadura. El problema es que nos construyen, en al mayoría de los casos, por el tejado, y acabamos derrumbándonos antes de poder reconstruirnos de nuevo sobre pilares bien afianzados.
Lo que más me entristece es que la prensa utilice su poder para confrontar y desinformar.
Tenerte de lector es todo un lujo. Perfecta sintonía. Un abrazo amigo.
Eliminar¿Dónde andaba yo, que me había perdido este post?
ResponderEliminarEl que no se sienta identificado si quiera por una parte de lo que cuentas, que tire la primera piedra.
Pues andarías por el lejano Oriente, tú que puedes...
EliminarDiscúlpame por no tener tu blog La Jábega enlazada, acabo de percatarme y de arreglarlo.
Gracias amigo por leer y comentar.