Fiel a mi estilo, como siempre a
última hora, acudí al Museo Picasso a ver la recién concluida exposición
temporal de Andy Warhol, El Arte Mecánico.
Recorriendo las salas del Palacio de Buenavista no pude dejar de ejercer de alguien tan cofrade que no lo parece. A
cada obra surgía un guiño, una señal de alerta que me avisaba de lo pop art que puede llegar a ser, y que de
hecho lo es, el aparato cofrade.
El artista
americano descubrió al mundo el valor artístico de lo seriado, de lo publicitario,
de lo industrial, de lo comercial, de lo cotidiano, otorgando rango artístico a
simples objetos de consumo al alcance de todos, enfrentándonos así a la
realidad de nuestro tiempo y sublimando nuestra condición de consumidores.
Tal vez lo
cofrade haya recorrido un camino similar pero sin un Warhol que lo reivindique (la mayoría de acercamientos plásticos son siempre desde el kitsch o el mal gusto). Todos
los objetos empleados en el simulacro cofrade, o implicados en su difusión, tienen
colgado el sambenito de ser obras de artes
aplicadas, o la aún mas humillante denominación de obras de arte menor, sencillamente por servir a una función: la religiosa,
cultual, decorativa o suntuaria.
Pero lo más
llamativo de esto que comento es la analogía que observé entre muchos de los hitos
plásticos warholianos y los concretos
episodios de nuestras artes cofrades, desconozco si debido al peso en Warhol de
unas creencias familiares, algo bastante probable, o a una fina perspicacia que le hizo detenerse en todo aquello que es popular en
cualquier sociedad, incluida la nuestra, queridos cofrades.
Tal vez me
sirvan para explicarme mejor algunos ejemplos. Me centraré en mi hermandad, que para
eso es la más pop en mi corazón, y así evitar suspicacias en aquellos de otras cofradías
que puedan sentirse ofendidos por gustar más de restar que de sumar mensaje y
fuerza simbólica a las imágenes, allá ellos.
Me llamó la
atención el empleo selectivo del oro y la plata en ciertas obras, llamémoslas
icónicas, como Marilyn, en un tondo dorado, o Elvis impreso en plata. Detrás de
esos tonos podían verse monedas o billetes pero también algo ajeno al lujo o a
la ostentación que simplemente se compra con dinero, se intuía un sentido casi devocional.
A algunos les
cuesta asimilar que una simple lata de sopa pueda llegar a estar expuesta en un museo, y más que
pueda ser emblema de todo un movimiento cultural, pero tal vez no tanto que este
incensario haya acabado siendo protagonista de un cartel oficial de Semana
Santa, el del año 1996, precisamente por su carácter representativo de toda la
Iglesia de Málaga, ahí es nada para un trozo de
latón.
Jackie
Kennedy enlutada en el entierro de su marido tras su magnicidio. Una señora que
sufre reconvertida en icono pop, en imagen de calendario, algo racional y
estéticamente incomprensible… ¿o tal vez no tanto? La propia Jackie cuenta con
reproducciones de otros periodos menos dolorosos, digamos más de gloria, pero no tantos ni tan
exitosos como Marilyn, ataviada con infinitos colores para cada tiempo
alitúrgico.
Otra serie,
una simples flores repetidas hasta la saciedad en una infinita gama de
tonalidades ¿Quién podría prestar importancia a algo así? Nosotros.
Los
cuchillos, utensilios de cocina, en las antípodas de todos los pop stars que Warhol retrató por gusto o
por dinero. Ahí están, clavados con las mismas chinchetas y a los mismos muros.
Algo me dice que el arte pop y el cofrade se sirven de jeroglíficos parecidos
para comunicar.
La
enigmática serie de Mao, innumerables monalisos
orientales que sonríen como un actor de cine ocultando la chepa de sus crímenes
políticos a la espalda. Esta tergiversación de personalidades malas y buenas no
me es desconocida, impresentables personajes secundarios que deberían inspirar
terror acaban remodelados por la cercanía en imágenes de camiseta. El Pilatos
de San Benito, robando plano y hasta el nombre al mismo Dios enjuiciado, es
todo un ejemplo.
La silla
eléctrica, una máquina de matar manipulada e impresa en serie por Warhol hasta
idealizarse como si fuera un juguete o un inocente mueble de IKEA no está muy
lejos de nuestra reconversión plástica de la cruz, cuya belleza queda muy lejos de aquella sangrienta silla con la
que los romanos torturaron y ejecutaron nuestra redención. Los símbolos de dólar warholiano a todo color son
trasunto de los S.P.Q.R. bordados en oro que ahora exhibimos orgullos.
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