CAPÍTULO I. MARÍA MAGDALENA
Y SUS COSAS…
Un glorioso día para los cofrades, María, la
hermana de Marta, según algunos también María Magdalena, tuvo a bien obsequiar
a su amigo Jesús con un perfume. Afortunadamente, los evangelistas consideraron
oportuno reseñar que no era un perfume cualquiera, sino una esencia de nardo muy cara, contenida en
un lujoso frasco de mármol. Ni más ni menos que 300 denarios, según el pesetero
Judas Iscariote, costaba el detallito (Juan 12-5). Los apóstoles reprocharon el
obsequio de María, según ellos era un derroche que había de ser destinado a los
pobres (Mateo 26-9). ¿Os suena esto de algo? Sin embargo Jesús los reprendió
seriamente y agradeció el obsequio como lo que era, una muestra de amor: “Déjenla tranquila, ¿Por qué la molestan? Lo
que ha hecho conmigo es una obra buena” (Marcos 14-6). Pues bien, aquel
día, relevante como pocos en el mundo semanasantero, Jesús amparó abiertamente
a los cofrades, disculpó nuestro anhelo vital, casi nuestra razón de existir,
nos permitió sacar pecho y nos dio fuerzas para no amilanarnos ante las
críticas, bienintencionadas o malintencionadas, de aquellos pastores de nuestra
Iglesia que nos llaman continuamente al orden respecto a la suntuosidad de
nuestros elementos de culto.
No quiero
confundir, el Evangelio es absolutamente claro, no arroja lugar a dudas. Jesús
nos exhorta continuamente a poner nuestras riquezas al servicio de los más
necesitados. Ése es el verdadero camino para cumplir la palabra de Dios. Sin embargo,
aquel día, a Jesús le pillarían en una hora tonta… pero el caso es que
agradeció el perfume de nardo y limpió nuestras conciencias. Por tanto, no es
descabellado pensar que Dios y su Madre no habrán de ver con malos ojos
nuestras ofrendas y que las valoraran como lo que son, pruebas de amor, inocentes pecadillos bienintencionados, ya que
poco difieren nuestras telas recamadas y piezas de platería de aquella cara
esencia de nardo.
Voy a llegar
más lejos, los regalos lujosos con los que continuamente obsequiamos a nuestras
imágenes podrán ser tachados de ingenuos o infantiles, pero a veces pienso que
resultan una necesidad. No tenemos otra forma de ensalzar la divinidad o
santidad de Jesús y de María, de poner a la vista de todos su superioridad, de demostrar
lo que les queremos y los importantes que son en nuestra vida.
Paso de La Unción
en Betania, Cofradía de los Californios, Cartagena. Foto Cayuela.
CAPÍTULO II. APÁRTESE SEÑORA, QUE AQUÍ VENGO YO A OCUPAR SU PUESTO…
Pues bien,
centro la cuestión, en ocasiones, cuando se suprime o se restringe el derecho
del devoto a obsequiar a las imágenes de su devoción, no siempre se pretende
educar en la fe, sino encaminar esos sentimientos religiosos hacia otros
intereses, digamos, menos devotos, a veces incluso antirreligiosos. Os pongo un
ejemplo concreto de los muchos que podría traer aquí y que da título al capicúa
nombre de este post:
El sucedido,
como en los cuentos, tuvo lugar en un país lejano, en Gran Bretaña y durante el
reinado de Elisabeth I (1533-1603),
Isabel para los amigos, hija de Enrique
VIII, quien, recordemos, por motivos estrictamente personales y de
conveniencia política, provocó un cisma con la Iglesia de Roma del que
surgió la nueva iglesia anglicana, una rama del protestantismo. En aquel lejano
país, los británicos rendían sincera adoración a la Virgen María , sin
embargo la reforma anglicana restaba relevancia a Nuestra Señora por lo que, de
la noche a la mañana, vieron limitadas las efusivas muestras de culto a la Madre de Dios. Las reticencias
eran comprensibles, no podemos olvidar que eran tan católicos como nosotros los
somos ahora. Aquella podía no ser la tierra de María Santísima pero si la de
Holiest Mary.
Y como pasa
siempre “a río revuelto, ganancia de
pescadores”. Mira tú por donde, la reina Elisabeth supo canalizar ese
sentimiento de orfandad virginal en su propio beneficio y mediante el lujo
redireccionó el culto a la
Virgen María que añoraban sus súbditos en adoración a ella
misma como reina. A tal fin no tuvo reparos en mostrarse tal y como se
representaría una imagen mariana. Así mató dos pájaros de un tiro, mientras
erradicaba el “incorrecto” culto
católico, ensalzaba un ventajoso culto a su persona. Basta ver los atavíos que
en el barroco lucían nuestras imágenes marianas para concluir que en poco
difieren de la exhibición de ropas fastuosas y joyas de esta ostentosa reina.
Si no me creéis echad un ojo a los grabados antiguos de la patrona de Sevilla,
de la de Almonte o, en concreto, a los de la Virgen de la Estrella de la collación de San Lorenzo en
Sevilla, os aseguro que no se distingue quién es reina y quién es Virgen.
Virgen de la Estrella de la collación
de San Lorenzo, grabado gentileza de Hachita.
Si entramos
en detalles, incluso los encajes de la monarca inglesa se transformaban a fin
de configurar una ráfaga o resplandor que nimbara su regia persona, otorgándole
una aureola de divinidad de la que carecía. Pero la cosa no quedaba ahí, su
alteza exigía continuas genuflexiones, mas de adoración que de respeto. Cuentan
las crónicas que sus servidores le servían la mesa de rodillas, como en la
consagración. Sus desplazamientos se producían cual procesiones, luciendo
mantos recamados, antecedida por un sequito de personalidades pomposas
perfectamente dispuestos, incluidos quienes portaban, cual insignias
procesionales, los atributos de su realeza, como el cetro, la espada
desenvainada y el sello real. Ante semejante espectáculo sus súbditos no la
jaleaban con “¡Elisaaaaaaaaaaaabeth! ¡Guapa!, porque evidentemente era más fea
que Picio. El grito de guerra era ¡Dios salve a la Reina !, que aún así mantenía
una evidente similitud con el Ave Maria.
La humilde señora no tuvo bastante con
mostrarse en vida como si fuera una imagen de la Virgen , sino que incluso
quiso plasmarlo en su epitafio, donde por su expreso deseo puede leerse "Aquí yace Isabel, que reinó virgen y
murió virgen". Así es recordada hasta la fecha, como “la reina virgen”. ¡Tiene guasa la cosa!
¡Si ni tan siquiera fue virgen la real señora! Aunque mejor será dejar este
escabroso asunto a los historiadores de alcoba, que hay unos pocos... En
cualquier caso, a su muerte, en 1603, consiguió que Inglaterra quedara
convertida efectivamente al protestantismo.
Como es
comprensible, su imagen fue retratada innumerables veces, permitía llevar su
iconografía a cualquier punto del país. De entre todos ellos, permitidme que me
detenga en un cuadro en concreto, se trata del famoso “Rainbow Portrait”, que inserto a continuación. En el que no sólo
aparece el efecto ráfaga del encaje ya comentado, sino varios detalles
llamémosles “marianos”. Sustituye la reina la media luna inmaculista por un
arco iris (no se iba a copiar en todo…) la serpiente del pecado se exhibe en la
manga (lo consideraría más “fashion”)
y el estampado del traje, si os fijáis, se llena de ojos, orejas o bocas cual
exvotos católicos prendidos de la ropa, tradición que era relativamente
frecuente en el catolicismo hasta hace escasas fechas.
Esta deliberada transformación virginal de la real señora no sólo es una ensoñación mía, que huelo a incienso hasta en el fondo de una mina. Para demostrar que no estoy sólo en mis apreciaciones os muestro un fotograma de un documental que un tal David Starkey's realizó sobre nuestra exhibicionista protagonista, en la que se representa su coronación entre tanto cirio que ni los cultos de la Virgen del Valle.
También es bastante ilustrativa la escena final de la película Elisabeth (de 1998) que podéis ver a continuación:
CAPÍTULO III. NUESTRO LUJO ES POLÍTICAMENTE CORRECTO Y ADEMÁS NOS DA DINERO…
Pues amigos,
este recorrido bíblico-histórico no sirve de nada si no extraemos alguna
moraleja, algún aprendizaje que pudiera sernos de utilidad a los cofrades. Ya
hemos visto que Jesús fue capaz de perdonar nuestros excesos en el culto.
También hemos comprobado como el lujo que no se emplea en dar gloria a Dios y a
su Madre puede acabar al servicio de los poderosos con aviesas intenciones. Una
vez dejado en claro lo anterior, percibo que los reproches continúan a día de
hoy, que las ofensas a la peculiar forma de vivir la religión que tenemos los
cofrades se recrudecen. Afirmo sinceramente que si la queja o el reproche de
nuestros elementos suntuarios procediera de quien lo ha abandonado todo en
servicio de los demás (situación que me constan viven muchos cristianos
comprometidos) me haría pensar en cuanto a la conveniencia de un poquito de
austeridad. Sin embargo, las criticas que recibimos los cofrades no proceden de
estos sectores comprometidos de nuestra religión, sino de abanderados del
buenismo y de lo políticamente correcto que predican su credo laico desde las
tribunas políticas o desde el púlpito de los medios de comunicación y ¡por ahí
no paso!. Estos apóstoles de la austeridad no pretenden depurar mi fe, sino
eliminar cualquier vestigio sagrado de nuestras imágenes, lo mismo que en su
momento hizo nuestra protagonista, la reina que no era virgen. Así, una vez
desprovistas nuestras imágenes de su atributos, la ostentación, el lujo y el
boato quedaría en exclusiva al servicio de otras reinas distintas a la del
cielo; serviría a las reinas de corazones, las princesas del pueblo, las diosas
del glamour y del exceso que aparecen entronizadas en el dosel luminoso de
nuestro televisor, recamadas en sus cultos con ropa de alta costura, coronadas
por las marcas comerciales y jaleadas por las audiencias, mientras hacen su
carrera oficial en yates o coches de lujo. Reinas
vírgenes del dios dinero.
No es un logotipo de ninguna nueva coronación, sino la entrada del programa
"Mujeres Ricas" de la
Sexta , cadena a la que tan graciosas les resultan nuestras
procesiones.
Publicado el 7 de noviembre de 2010 en
Pasión en Sevilla.
Una marchita para la reina virgen:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=dtUH2YSFlVU