En
realidad nunca hubo debate sobre La Mundial.
Sus defensores fuimos unos ilusos combatiendo sin armas contra
nadie, abogados de un juicio con sentencia comprada de antemano. Nos
equivocamos, nos equivocamos en todo, irremediablemente.
Nos equivocamos al invocar a Jerónimo Cuervo, y también a Eduardo Strachan, en una ciudad que desconoce su historia, que no se quiere a sí
misma, que no sabe ni reconocerse. No nos percatamos que el provincianismo
anidaba en la élite cultural y mediática. Moneo contra Eduardo Strachan... si el
pueblo no conoce a Strachan y la élite se reivindica como tal mediante Moneo
¿quién podría haber ganado la batalla si no?
Nos equivocamos al ensalzar un
edificio viejo en una ciudad que considera progreso destruirlos, al defender
sus virtudes para adecuarse a su entorno cuando precisamente era el entorno lo
que se pretendía destruir, sus virtudes se tornaban vicios con cada argumento.
Nos equivocamos invocando
sentimientos y no razones. No pudimos señalar a los deslumbrados por el
(deslumbrante) curriculum de Moneo las sombras que la descompensación de
alturas proyectará en el Hoyo (cada vez más profundo) de Esparteros, las
extrañas líneas de fuga sin salida que por el Norte y por el Sur dejará la
construcción sobre el Pasillo de Atocha.
Nos equivocamos al hacer creer
que solo nos gusta conservar. No supimos hacer ver que precisamente lo que queremos
es avanzar, que exigimos buena arquitectura de nuestro tiempo porque
reconocemos y defendemos la arquitectura del pasado.
Fuimos incapaces de recalcar que
la cuestión no era Moneo o La
Mundial , sino la de denunciar un régimen de excepción para una
normativa urbanística que nos defendía de tropelías pasadas. No pudimos hacer
ver que la norma se había cambiado a golpe de talonario.
No recalcamos lo suficiente que
no era solo cuestión de alturas, que Braser pretendía fundamentalmente ganar
suelo construyendo sobre una calle, sobre nuestra calle.
No hicimos hincapié en que la
degradación del entorno no era culpa nuestra sino precisamente de aquellos que
ahora pretendían enriquecerse a su costa, carroñeros sociales jugando al
pelotazo. No supimos ni siquiera levantar suspicacias recordando que los
solares junto al río ardieron en extrañas circunstancias.
No fuimos temor para los
gobernantes, esa gran coalición de PP-PSOE que tan bien se articula cuando hay
dinero de por medio, incluso nos dejamos engañar por la palabrería de aterrizados
cantamañanas de la nueva política viejuna. No supimos ganarnos el apoyo de los
soberbios columnistas que ven nuestro mundo desde lo alto de sus atalayas de
alto standing.
Con el derribo de La Mundial no acabará una
etapa, se perpetuará lo que somos y lo que fuimos, una ciudad de usar y tirar,
de paso y de pasar.
Ahora que la batalla parece
perdida y que los medios se suman, como siempre, al bando ganador, este
bloguero no reniega, porque no habrá jamás cuerpo de hotel de lujo que derrote
al alma de la pensión La
Mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario