Con
la letra alfa del alfabeto griego se grita por aquí el dolor jondo, se dibuja el
ojo de una jábega y hasta un pez, ese pez con el que los primeros cristianos representaban
a Dios, un símbolo de infinito apenas nos esmeremos un poco en redondear su cola
de pescado blanco purísimo.
Las líneas rectas
perpendiculares sobre la casilla de un examen tipo test que decide un futuro
prometedor pueden marcar con odio la foto de un ejecutado, conformar las aspas
de un molino de viento que algún caballero andante convirtió en gigante, plantear
la incógnita de una ecuación por resolver, componer el ordinal romano del número diez o clasificar
una película como pornográfica. Son como travesaños de un puente de hierro sobre
un río seco, como el avatar de un bloguero o como la mismísima cruz de Cristo.
Con las mismas dos líneas rectas que se cruzan unos torturan y otros glorifican.
Una misma palabra para leer muerte o vida eterna, a voluntad, la cruz teñida de
rojo que marca un hospital de campaña fue una espada medieval manchada con la
sangre del contrincante.
Porque desgraciadamente
en esta Torre de Babel no compartimos el mismo idioma, ni empleamos los signos por
igual. Como las letras, los símbolos no son nada o pueden serlo todo según se quiera,
según se elija o se retuerza su significado. Es el hombre, la sociedad que
construye, quien otorga sentido a cada signo en cada tiempo, como puso nombre a
los animales que dio muerte hasta su extinción.
La cruz del
Valle de los Caídos, sin moverse ni un ápice, puede dejar de glorificar al dictador
golpista que la encargó y ensalzar a todos los inocentes que la arrastraron por
la calle de la Amargura de la sierra madrileña, basta querer aprender el idioma,
contemplar esa cruz de piedra sin ojos inyectados en sangre seca y no leer su mensaje
por la cartilla de quienes la erigieron.
Mi Cristo
no cargó sobre sus hombros un símbolo falangista, aunque fuera algo parecido el
madero humillante de un pueblo invasor. Mi Cristo no fue clavado a un monumento
franquista aunque lo elevaran para propaganda y aleccionamiento en la cima del
Gólgota, el monte de las calaveras de las víctimas de un imperio por conquista,
quien así lo lea no me sirve de intérprete ni habla el lenguaje que quiero
aprender. Ya estoy aburrido del balbuceo primario del rencor, ya estoy harto de
lenguajes impuestos por las emociones de bandos sordomudos. Hay un idioma que apenas
hablamos pero que solo aprenderlo daría sentido a la vida. No podemos hablar si
rompemos las palabras.