El pastor que recibe la buena nueva del ángel y no del móvil.
La hilandera, más vieja que el hilo negro, que hila pero
como ya no compra ni vota vive abandonada del mundo, su vida pende solo de un
hilo.
El pescador horrorizado ante los santos inocentes que
flotan en el agua, los que comen y comen y vuelven a comer los peces en el río
y en el mar.
La lavandera de los trapos sucios, blanqueadora de
información, siempre lavando para el que mejor pague, por sucia que esté su
ropa.
El posadero que dice que no hay posada a quienes buscan
refugio y no lo pueden pagar.
El ciego que es el rey en el país de los tuertos que no
quieren ver.
La mujer del cántaro poniendo morritos a su reflejo en el
agua del fondo del oscuro pozo.
El anciano profeta del final de la historia oculta tras
el oro, el incienso y la mirra.
Aquí está
mi belén, construido con la inestimable colaboración del imaginero A. Abrines
Fraile, cuyas imágenes he tomado sin permiso de su blog.
Un belén de
avatares sin cuerpo, sin montañas de corcho ni praderas de musgo verde, sin ríos
de aluminio ni caminos de serrín flanqueados por casas de escayola. Un belén
sin portalito, sin mula ni buey, sin San José ni Virgen María, sin Niño Dios,
protagonista escondido a buen recaudo para no ser visto por ser signo de contradicción, como si la
Vida, o la vida en minúscula si preferís, la que se abre paso en mitad de la
noche con el canto de un gallo fuera algo de lo que avergonzarse. Los cobardes
siempre se atreven con los indefensos. En mi Belén no hay Niño Dios pero hay
misterio, un misterio enorme sin el cual nada tiene sentido.
Ojalá
consigamos ser felices estas fiestas, y no porque sí o porque nos lo podamos
permitir, sino porque nos lo merecemos, porque escondido en una caja de cartón
hay motivo y misterio de sobra para ser feliz en cualquier adversidad.
Feliz
Navidad.